Unos mil cien kilómetros de autopista no tienen mucho que contar. Menos aun cuando quien los cubre lo ha hecho muy a menudo. En este caso, como en el de casi todos los destinos cercanos a Grenoble, yendo desde mi hogar, optamos por la ruta sur. La que discurre pegada a los Pirineos ses y después a la costa mediterránea (cuando voy a Suiza o cerca de Chamonix me viene mejor la que va más al norte, por Burdeos y dirección Lyon). Así que del viaje únicamente mencionaré dos detalles: que por la zona mediterránea nos cayeron unas trombas de agua muy agresivas, y que, en algún momento del viaje, conduje escuchando mi disco de música sa favorita: Carnets de Scène, de Patricia Kaas (un fantástico descubrimiento de hace años). Mencionar un detalle musical tiene cierto sentido porque durante nuestra estancia en Alpe d’Huez la música, directa o indirectamente, acaparó cierto coprotagonismo.
Alpe d’Huez es una estación de esquí situada a 1850m de altura. Se asienta en forma de balcón natural sobre Bourg d’Oisans y sobre el lecho de un valle que en su fondo es muy llano. Es, junto con Les Deux Alpes, el destino preferente de la población de Grenoble. Hay estaciones pequeñas más cercanas, y otras más grandes pero más alejadas, así que estas dos son referencia para esa capital alpina.
Pero ¿por qué a Alpe d’Huez? pues porque me pareció una elección coherente, teniendo en cuenta que planteé el viaje con tres variables irrenunciables que paso a explicar. Primera, viajaba en pareja (con mi esposa) en lo que suponía su reencuentro con el esquí tras, aproximadamente, quince años sin practicarlo por motivo de lesiones, operaciones, vida laboral, quehaceres familiares varios, etc. De no haber habido más variables en juego, tenía claro que mi opción ideal para cinco días seguidos de reencuentro con el esquí hubiera sido una modesta estación catalana a la que la tengo muchas ganas, pero, en este caso, como digo, había otras variables que manejar. Segunda, planteamos el viaje haciéndolo coincidir con un evento de esquí retro que se celebraba cerca de allí durante el fin de semana inmediato a esos cinco días laborables previos de esquí. Todo ese asunto del evento retro o vintage será objeto de un próximo reportaje. Así pues, tenía que ser cerca de Grenoble y, a ser posible, evitando alargar el viaje innecesariamente. Y tercera variable, aunque esta no era realmente importante, aprovecharía la ocasión para cerrar un círculo personal iniciado en el cambio de año 1990/1991.
Aquellas navidades mi mujer y yo éramos novios. Viajamos en un Opel Corsa hasta Alpe d’Huez con mi amigo J y mi hermano JM. ¡Cuatro personas con todo el material y el equipaje! Eran otros tiempos, y todos nosotros mucho más jóvenes. Lo pasamos bien y, gracias a las diapositivas, puedo recordar que nos hizo bastante bueno. Ella entonces era muy inexperta y siempre me recuerda que lo pasó mal, a pesar de que iba a clase dos horas por la mañana (momento que los otros tres aprovechábamos para irnos a esquiar en plan fuerte). Entonces, Alpe d’Huez me pareció una estación suficientemente grande, con bastantes posibilidades para el esquí, buena oferta aprés-ski y un aspecto urbanístico de modernidad. Este juicio retrospectivo es interesante si lo comparamos con el que más adelante emitiré actualizado.

Mis compañeros de entonces: mi hermano, J y M. (Imagen propia).

Aquí veo que entonces llevaba unos Dynamic de gigante de 2,10, y que hacía muy bueno. (Imagen propia).

Con mi hermano. (Imagen propia).

Si no estoy en un error, Las Aiguilles d'Arves, que se ven muy bien desde diferentes puntos del resort. (Imagen propia).

Alpe d'Huez desde las pistas más elevadas de Auris. (Imagen propia).

Bajando algunos de los muchos baches que encontramos entonces. (Imagen propia).

M en plena acción. (Imagen propia).

M descubriendo un paso entre árboles. (Imagen propia).

Mi forfait de entonces. (Imagen propia).
La segunda vez que visité Alpe d’Huez fue en el verano de 1998 con intenciones totalmente ciclistas. De nuevo cuatro personas, en este caso todos varones, en un Ford Escort familiar, pero incluyendo cuatro bicicletas de carretera. Entonces nos quedamos en un hotelito de Bourg d’Oisans cuyas habitaciones miran directamente hacia la carretera que asciende a la estación de esquí. Un hotel antiguo que se hizo bastante famoso por haber alojado al Grupo Deportivo Festina cuando se produjeron los mediáticos registros policiales, pocos años antes de nuestra estancia allí. Aquel fue un viaje que consistió en acumular ascensos y descensos de puertos míticos del Tour de Francia durante tres días. Subimos La Croix de Fer oeste y el Glandon (donde sufrí una de las mayores pájaras de mi vida); el Galibier norte (incluido el Telegraph), quizás el puerto más inmenso que recuerdo haber ascendido en bicicleta; y, por supuesto… Alpe d’Huez y sus míticas 21 curvas.
El puerto se ascendió por primera vez en el Tour de Francia de 1952 con victoria de Fausto Coppi. No se repitió hasta 1976. Desde entonces, su presencia es tan frecuente que la ascensión ha acabado convertida en una de las más populares de la ronda gala. El puerto, pese a ser duro, no lo es tanto como muchos otros. Lo que sucede es que siempre es final de etapa y que además se acomete habiendo sido precedido de varios otros grandes como, por ejemplo, los otros que he citado. Así que allí suele haber escabechina.

El el alto del Galibier, todo un reto ciclista. (Imagen propia).

Los cuatro amigos en Alpe d'Huez. José, A, J y F. (Imagen propia).

Ascendiendo las 21 curvas del Alpe d'Huez. (Imagen propia).
La carretera, la subas en coche o en bicicleta, es una sucesión de zetas dibujadas a base de horquillas muy cerradas. Haber hay más curvas, pero las numeradas en el argot ciclista son 21, cada una de las cuales está señalizada con un cartel y le ha sido asignado el nombre de algún ciclista que haya ganado etapa con final allí. La carretera en sí fue obra de un visionario que marcó, no solo parte de la historia del Tour, sino, mucho antes, el devenir de Alpe d’Huez como estación de esquí. Joseph Paganon fue un ingeniero químico nacido en la comarca de Isère que desde muy pronto se dedicó a la política, llegando al cargo de ministro de agricultura. Más adelante, como ministro de obras públicas, desarrolló un plan de comunicaciones en zonas de montaña y poblaciones aisladas que, además, buscaba favorecer el turismo. Aquello fue entre 1932 y 1935. Él mismo se hizo construir uno de los primeros chalets de Alpe d’Huez en 1933. Inicialmente se llegaba por una mala pista en zig-zag, siendo él quien mandó construir la actual carretera. En realidad, los primeros turistas ya habían empezado a merodear por allí en los años veinte, pues el Touring Club de había levantado un chalet. Tiempo después fueron llegando los esquiadores con sus pieles para ascender, mientras que el primer remonte se instaló entre 1935 y 1936, diseñado por Jean Pomagalski. Aquel fue un ingeniero polaco, aficionado al esquí, que fundó una empresa de estructuras de construcción en los años veinte y que, con el de Alpe d’Huez, se inició en la instalación de remontes. Aquel fue el primero de lo que poco después sería nuestra bien conocida POMA.

Jean Pomagalski en uno de sus primeros remontes. (Imagen: poma.net).
Entrando ya en nuestra actualidad esquiadora, hay que decir que nos instalamos allí en un alojamiento algo peculiar. Normalmente me suelo hospedar en apartamentos. Así lo habíamos hecho 34 años antes (entonces en uno francamente pequeño), pero esta vez, como lo reservé con menos de una semana de antelación, las opciones eran reducidas o insultantemente caras, y di con una habitación con ¡pensión completa! a un precio sorprendentemente barato. Llegados allí, comprobamos que aquello era una especie de sistema como de residencia. Había tres bloques de habitaciones y un edificio central con comedor y sala social. Ofrecían animaciones para los residentes y autoservicio de desayuno, comida y cena. Todo en plan ya algo viejo, espartano y funcional. Tipo hoteles españoles del Mediterráneo que operan con gran cantidad de turistas extranjeros a precios competitivos, o los que suelen dar servicio a las vacaciones del IMSERSO. Una estética setentera con un público mayoritariamente francés de clase media sencilla, algunos con niños, aunque la mayoría jubilados. No resultó encantador, pero desde luego que muy práctico, completo, barato, generoso en las comidas y agradable. No hicimos nunca uso del almuerzo, pero sí, diariamente, del desayuno y la cena (el vino blanco disponible libremente estaba bastante bien. No opino lo mismo del tinto). La habitación era espartana y no la hacían durante la estancia, pero tenía baño propio y, afortunadamente, era muy amplia, así que nos sirvió bien de campo base.
Días después de regresar, indagué un poco sobre el alojamiento. Resulta que pertenece a la asociación VTF (Les Vacances Très Familles) que nació en 1956 como movimiento social (casi sindical), buscando un modelo de gestión sin beneficios con la intención de ofrecer la posibilidad de ir de vacaciones a precios contenidos, a diferentes tipos de destinos, pocos años depués de que se instauraran las vacaciones pagadas en Francia. La asociación creció desde entonces, maneja un buen número de destinos por todo el país y mantiene una vocación de oferta asequible, inclusividad, sencillez, alejamiento premetidado de cualquier tipo de elitismo e independencia respecto a inversores. Digamos que es un modelo de origen social-asociativo que ha acertado a sobrevivir hasta ahora. Así pues, nuestra interpretación de su ambiente no andaba descaminada.

Vista desde una de de nuestras ventanas. (Imagen propia).
La recogida de forfaits comprados por Internet resultó muy sencilla en uno de los múltiples expendedores automáticos que hay por el resort. La primera impresión que me causó el núcleo urbano fue algo decepcionante porque creo que, en varios de sus barrios, no ha envejecido bien. Sufriendo ese efecto que a veces le ocurre a lo moderno, que cuando deja de serlo, se queda en anticuado y obsoleto, problema del que únicamente se libran diseños o urbanismos muy especiales. A lo largo de los días, mi impresión inicial de obsolescencia urbanística se fue moderando al pasear por otros barrios. Bergers (que sospecho que fue donde nos hospedamos treinta y pico años antes), Outaris (que era donde estábamos ahora), Eclose y eaux quedan hacia la derecha del centro principal, y me resultan más desangelados y envejecidos. En concreto, el nuestro tenía varios edificios públicos para maquinaria, cuartel militar, etc. Así que no era bonito. Por encima del centro está Cognet, que sospecho que es, junto con el amplio Vieil Alpe (a la izquierda) la zona de mayor expansión actual y presencia de casas individuales privadas. En todo caso, el barrio más animado, comercial, céntrico y de mejor aspecto es Jeux, al que nosotros llegábamos caminando en cinco minutos.

Plano del casco urbano de Alpe d'Huez. (Imagen: alpedhuez.com).
Puestos a hablar de urbanismo, en sus revistas (hermosas y lujosas publicaciones gratuitas: Altus Alpe d’Huez y Alpe d’Huez Magazine) la estación presume (en realidad lo hacen sus publicaciones, dedicadas sobre todo a presumir) de un urbanismo excelente y mucha arquitectura de alto nivel. A mí, salvo excepciones, más bien se me antoja como una especie de combo en el que, sin excesivo criterio planificador, conviven bloques pasados de moda con otros modernos vistosos, algunos que ya veremos, chalets clásicos, otros modernos bien rematados, algunos hoteles excesivos, etc. Afortunadamente, hay mucha madera a la vista, pero el resultado es una pequeña ciudad de montaña con rincones muy agradables y otros algo desoladores. A eso hay que añadir que la localidad está pensada como de espaldas al esquí. Me explico, casi toda ella mira y se encara hacia su centro: calles comerciales, pista de patinaje, iglesia, centro de deportes, etc. Las dos grandes explanadas de confluencia de remontes de salida están a su espalda y, en muchos casos, exigen caminar muchos metros con los esquís a cuestas y las botas puestas. Hay algunos remontes internos de transporte, pero únicamente útiles para lugares algo periféricos. Allí, lo de ponerte y quitarte los esquís a la puerta de casa es muy poco probable, te alojes donde te alojes. ¡Qué le vamos a hacer! Para mí es una preferencia, así que, en dicho punto, a Alpe d’Huez le asigno un pero.
Una nueva ratificación de mi primera impresión de obsolescencia vino de la mano de los remontes. Los hay bastante viejos en algunas zonas bajas apartadas. La gran mayoría andan ya a medio camino entre lo antiguo y lo moderno. En cuanto a los de última generación, hay pocos. No tuvimos problemas de colas prácticamente nunca. Desde luego, inexistentes en las zonas periféricas del plano de pistas, y moderadas en algunos remontes clave de la zona central. Donde tienen un problema es en el Pic Blanc, sobre el que luego hablaré.
Antes de hablar del esquí propiamente dicho, considero conveniente explicar cómo nos hizo, porque ello es algo que siempre influye sobre la percepción que se suele tener de las estaciones de esquí. El primer día nos pareció que no había demasiada nieve por debajo de los 1850m de altitud de la estación. Sin embargo, estaba esquiable prácticamente todo ya que su producción de nieve artificial es de lo más generosa (punto muy positivo en este aspecto). Llegamos un domingo por la tarde en pleno momento de precipitación de agua-nieve. No hizo nada de viento ningún día.
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Nieve nueva (a 1850m) |
Tiempo |
Estado de la nieve |
Lunes |
10cm |
Sol y calor. Sin viento. |
Blanda en cotas bajas, dura o polvo en altas. |
Martes |
10cm |
Sol por la mañana. Cielo cubierto por la tarde. Sin viento. |
Empezó a nevar a las 14h y, por la mañana, tardaron bastante en abrir los s al Pic Blanc. |
Miércoles |
7cm |
Nubes y claros. Ratos de niebla y chispitas de nieve. Tarde nevando. |
Muy buena nieve en general, algo blanda en cotas muy bajas a partir de mediodía, nada dura. |
Jueves |
5cm |
Bajó la temperatura. Viento únicamente en un alto de Auris. Día cubierto, pero con visibilidad de relieve. Muy cerrado por la niebla por encima de los 3000m. Volvió a ponerse a nevar por la tarde. |
Nieve dura, muy dura o nueva en las mayores alturas. |
Viernes |
3cm |
Nublado, mucho o algo según qué momentos. Nevando con cierta intensidad |
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Forfait de nuestra estancia. (Imagen propia).
Toca ahora un repaso de su área esquiable y del uso aproximado que nosotros hicimos de él. Lo trataré por sectores en vez de por jornadas.

Plano de pistas de Alpe d'Huez. (Imagen: es.snow-forecast.com).
Auris en Oisans (1600m) y Maronne (1450m).
Este sector (o sectores) se encuentra a la derecha del plano de pistas. El a él es inmediato mediante una silla muy peculiar que parte de la base central en Bergers. El remonte es curioso porque al poco de tomarlo pasa justo por debajo del final de la pista de aterrizaje del aeródromo. Así que, si por casualidad coincide que en ese momento se aproxima una avioneta… el susto podría ser importante. Poco después, las sillas descienden hacia un río mediante un largo tramo de mucha pendiente, generando una sensación poco recomendable para personas con vértigo (no es mi caso). A partir del río (donde hay una estación intermedia para los que regresan) la silla remonta algo de altura y te deja en el área deseada. Allí hay cinco remontes que cubren un terreno bastante amplio con varias orientaciones diferentes, cambiante y entretenido. Hay pistas azules, rojas y negras. Las cotas esquiables van desde los 2180 hasta los 1450m (Maronne) o 1600m (Auris en Oissans). Visitamos este sector dos días (el primero y el último) y nos gustó mucho. Allí no hay colas. Es mejor hacerlo de mañana porque, por su altura, la nieve tiende a transformarse bastante pronto. En Maronne, a donde se llega por una bonita pista de bosque, te encuentras nieve muy blanda o verdadero hielo, dependiendo de las condiciones reinantes, pero merece la pena bajar.
El esquí fuera de pista por todo este sector es muy accesible a la vista. Pude trazar buenas huellas en nieve virgen el primer día, aprovechando recortes y bajadas alternativas a las pistas por las que descendía mi mujer, sin tener que perdernos de vista.
Para regresar de esa zona hay dos opciones. Utilizar la silla de inicio en sentido contrario o, más recomendable, otra silla que está río arriba, la cual asciende hasta media altura del espacio central de Alpe d’Huez, ganando así un descenso añadido que no está mal. En ambos casos se coincide con la gente que proviene del largo descenso de La Sarenne, sobre la que más tarde hablaré.

Nieve nueva por la zona alta de Auris. (Imagen propia).

Desde una amplia pista roja en Auris, también pueden verse las Aiguilles d'Arves. (Imagen propia).

En dirección a Maronne. (Imagen propia).

Por la zona de Maronne hay pistas bajas que atraviesan bosque. (Imagen propia).
Villard Reculas (1500m) y Oz (1350m).
Este sector (también en realidad dos sectores) forma parte, junto con los anteriores y el de Vaujany, de lo que podríamos llamar de Alpe d’Huez para abajo, aunque todos ellos tengan parte de su terreno por encima de los 1850m. Para llegar a Villard Reculas hay que trasladarse lateralmente (hay varias posibilidades de hacerlo) de Bergers a Grandes Rousses, para, desde allí, ascender hasta su cota máxima de 2100m. Al ir, podemos disfrutar de descensos hasta los 1500m mediante pistas azules, una roja o una negra. Es una zona pequeña pero variada e interesante, con bonito paisaje de valle profundo y ambiente de pequeño pueblo de montaña. Todas las zonas bajas de estos sectores están sobradamente cubiertas a base de nieve artificial cuando la natural escasea. En ese sentido, la estación merece total alabanza. Para alcanzar Oz hay que regresar de allí, descender por unas rojas anchas hacia Alpe d’Huez o hacerlo mediante un recorrido recreativo y facilón. A Villard Reculas fuimos únicamente el segundo día y, tanto al ir como al regresar, pude volver a salirme de las pistas para firmar huellas.
Aprovechando que estábamos en la zona izquierda de la base principal de Alpe d’Huez, el mismo día subimos hasta 2700m en dirección al Pic Blanc, e iniciamos un descenso inicialmente centrado, pero luego encaminándonos hacia Oz (1350m). Es un recorrido muy variado que se puede acometer por roja o azul y que ofrece un cambio evidente de paisaje y zona. Ante tan amplio desnivel, encontramos todo tipo de nieve: virgen, nueva pisada, dura y papa. Es una experiencia que me gusta porque la asocio con grandes descensos y con una interpretación total del esquí, que exige ir adaptando la técnica en tiempo real. Oz está comunicado con Vaujany, pero nosotros no hicimos uso de esa opción, y regresamos mediante un largo telecabina.

Amplias laderas de nieve virgen descendiendo hacia Villard Reculas. (Imagen propia).

El valle plano próximo a Bourg d'Oisans se aprecia desde diferentes puntos. (Imagen propia).

El pueblo de Villard Reculas. (Imagen propia).
Vaujany (1250m).
Aunque Vaujany está a 1250m, nosotros lo podíamos esquiar hasta aproximadamente unos 1450m, lo cual, sospecho, debe ser lo habitual. Y ya allí, gracias a una pista con nieve artificial y sin prácticamente nieve alrededor en sus tramos finales. Por encima de esa pista está Monfrais (a 1650m), de donde parten dos sillas que dan a varias pistas azules. Hay bosque mixto caduco-perenne y algunas cascadas de hielo, por ser una zona muy umbría. Hay buenas vistas desde esos remontes, especialmente del valle y de una cadena de cumbres que ofrece un espectacular y nítido panorama geológico de estratos plegados. En Monfrais hicimos una parada para comernos una sopa de cebolla con queso gratinado por encima. Hay un restaurante de montaña con mucha capacidad exterior y atención eficaz. Tampoco en esta zona, como en las anteriores, había colas en los remontes.
La ida hacia Vaujany está muy bien porque se hace mediante alguna de las dos rojas que parten de los 2700m y empalman con una azul que presenta variedad en forma de palas, schusses y caminos con pendiente. El regreso es mediante una silla larga que continúa con un teleférico bastante vertical que remonta hasta los 2800m, desde donde hay descenso directo a cualquiera de las dos áreas de base de Alpe d’Huez.

Bosque y rocas por el sector de Vaujany. (Imagen propia).

Extremo norte del dominio esquiable. (Imagen propia).

Lamentablemente, los finos estratos y sus pliegues no se aprecian en la foto tan nítida y marcadamente como al natural. (Imagen propia).

Hielos en diversos puntos del sector de Vaujany. (Imagen propia).
Eje principal (1800m): Grandes Rousses y Bergers.
La parte principal de la estación, la que podemos considerar base de Alpe d’Huez, la compone una gran explanada de la que parten múltiples remontes. Es tan extensa que desplazarse de un extremo (Grandes Rousses) al otro (Bergers) con los esquís resulta desaconsejable, pero hay modos de hacerlo en ambas direcciones eligiendo algún remonte y descendiendo desde su estación superior. Desde cualquiera de las dos zonas de la explanada salen sendas sucesiones paralelas de remontes. Paralelas y visualmente cercanas entre sí, pero no del todo comunicadas por pistas. Tal comunicación sí es posible en el tercio de altura inferior, así como en el tercio de altura medio. Sin embargo, en el superior, hay posibilidad de pasar de la línea Grandes Rousses a la Bergers, pero no al contrario. En ambas líneas el ascenso principal se ofrece en tres tramos numerados. Pic Blanc I, II y III para la línea que sale de G. Rousses; y Marmottes I, II y III para la otra. De todos esos tramos, únicamente en los dos que he citado primero no hace falta bajarse del remonte para continuar ascendiendo (Pic Blanc I y II), en todos los demás sí.
La anterior combinación ofrece varias pistas que son preferentemente azules y verdes en el tercio inferior, rojas y azules en el medio, y negras en el superior. Todo este área principal es donde más gente hay siempre. Las pistas tienden a presentar bastante densidad. En cuanto a las colas, son moderadas en general, salvo determinados remontes clave en periodos muy concretos, en los que las colas crecen, aunque siempre dentro de lo llevadero. Aquí es importante señalar que la tolerancia hacia (y por lo tanto la calificación de) las esperas en las colas es algo que, salvo con cronómetro en mano, resulta muy subjetivo. En este sentido, para que los lectores se puedan hacer mejor idea, declaro que mi nivel de tolerancia de colas es muy bajo: no me gustan las colas, las odio y procuro evitarlas toda la temporada.
Alpe d’Huez, aunque ofrece algunas opciones, no me parece una estación especialmente propensa a disfrutar de esquí carveando a alta velocidad. Aunque hay algunas pistas anchas, las que lo son están bastante concurridas. Además (aunque dependiendo del clima y de la calidad de la nieve que haya), cuando la nieve es propensa a ello, genera baches a partir de mediodía en palas o muros de inclinación media en adelante. Por otro lado, abundan las pistas estrechas y caminos. A mí, carvear me gusta, pero no es lo único, ni lo que más me satisface del esquí, así que es algo que no me influye en la valoración, pero se lo aviso a los lectores.
Todo este eje principal de Alpe d’Huez muestra prácticamente la misma orientación, extendiéndose sobre la amplia gran ladera del resort. Aparte de lo mencionado hasta aquí, merece la pena destacar una negra tres difficile que parte de la estación superior de Marmottes II (a 2800m) y otra negra bastante más asequible, larga y placentera llamada La Balme que la pude disfrutar prácticamente en solitario.
No dedicamos ningún día en especial a este sector, sin embargo, de unos modos u otros, lo esquiamos parcialmente todos los días de nuestra estancia allí. La calidad de su nieve es muy buena en el tercio superior y medio, tendiendo a la transformación en el inferior. Desde un punto de vista muy personal, voy en contra de lo que parecía preferir la gente, pues fue el que menos me atrajo de los aquí explicados.

Alpe d'Huez, visto desde una de las pistas centrales, el último día. (Imagen propia).

M, estupendo regreso al esquí. (Imagen propia).
Pic Blanc (3330m).
Esta es la joya de la corona de la estación. El sector que le da mayor fama y atractivo. Aunque mi acompañante no estaba en condiciones para acceder a él, yo pude revisitarlo 34 años después. Y lo hice en tres ocasiones, con tres objetivos que enseguida explicaré. Antes, señalar que el Pic Blanc ofrece, cuando está despejado, unas muy buenas vistas. No fue el caso ninguna de las tres veces que accedí a él, aunque sí en aquella visita décadas atrás.
Tengo la impresión de que en la actualidad el Pic Blanc se está convirtiendo en un problema logístico para el resort. Todo el mundo quiere subir a él: turistas, y esquiadores de todos los niveles, algo que no tiene mucho sentido teniendo en cuenta que sus descensos son todos pistas negras. Por ello he podido ver a gente pasarlo mal en algunos tramos de bajada. Al sector se puede acceder de dos maneras. Una, agotando la línea de Marmottes entera. Lo hace bastante gente, pero ese itinerario no permite coronar el Pic ni acceder a ninguno de los tres objetivos que personalmente tenía. Esa vía lleva al glaciar que hay detrás de la cumbre, a una pista azul, a una silla y a algún punto intermedio de las tres pistas negras que vienen desde la cima. Por cierto, por esa vía no hay retorno esquiando. O uno desciende todo el resto de La Sarenne, o tiene que descender el Marmottes III en el remonte. La otra vía, la más demandada, es culminar la vía Pic Blanc con el Pic Blanc III, que es un teleférico de gran capacidad, pero el mismo que ya había cuando estuve allí en el 90/91. Se ha quedado corto y, en mi opinión, debería ser sustituido por un telecabina-teleférico de nueva generación, de esos que disponen de muchas cabinas de unas 24 personas cada una. Lo digo porque casi siempre había cola para tomarlo. Unas colas tremendas a determinadas horas, aunque pronto aprendí que había horas de menor demanda, en las que se podía subir sin apenas esperas. En todo caso, queda claro que aquello se ha convertido ya en un embudo de flujo de gente que deberían resolver. Y la manera de hacerlo no es la que recientemente han ideado: ofrecer un sistema de reserva previa para algunas pocas plazas. Aunque el servicio es gratuito (por ahora), exige hacerlo con antelación de uno o dos días, lo cual coarta tu libertad de acción y ritmo de esquí para el día concreto, además de obligarte a subir con las condiciones meteorológicas que haya en el horario elegido. No me convence. Haber convertido el paraje en un centro atractor de flujos (nomenclatura de estudios de movilidad) ha generado su sobrecarga. Si a ello le unimos que el esquí cada vez se parece más (en cuanto a negocio y gestión) al modelo de turismo masivo veraniego mediterráneo, nos encontramos con este tipo de atascos puntuales. Las negras u otras advertencias no frenan a las masas sedientas de iconos, selfies, etc. Yo no utilicé reservas, aproveché dos momentos en los que vi poca cola, y sufrí primero uno de mucha espera.

El teleférico del Pic Blanc, visto desde la cumbre. (Imagen propia).

Los cielos cubiertos limitando enormemente las vistas desde la cima del Pic Blanc. (Imagen propia).
Voy con mis tres objetivos. El primero fue revisitar La Sarenne, que en su día fue considerada la pista más larga del mundo y ahora parece ser la segunda. Efectivamente es muy larga y, salvo los últimos kilómetros de camino en schuss, la verdad es que es generosa en pendiente, paisaje y recorrido. Su parte superior (glaciar) es lo más pendiente, aunque con enorme anchura y, además, con muy poca gente. Así que pude descender el glaciar solo, disfrutando de giros amplios sobre excelente nieve polvo pisada, y sin detenerme en varios kilómetros. Más adelante aparecen sucesivas vaguadas interesantes, separadas por curvas del trazado y diferentes muros. A partir de alguno de aquellos tramos empieza a haber gente porque se suman los que provienen del vía Marmottes. Las vaguadas se van estrechando y en sus muros se forman baches por el paso de tanta gente, gran parte de la cual muestra un nivel de esquí más bien bajo. Además, el día que bajé La Sarenne completa hacía calor, y desde la mitad del recorrido la nieve estaba bastante blanda. El schuss final va junto a un río, tiene curvas, pero muy poca pendiente, así que no hay que frenar nada en él ni detenerse, por lo que se hace muy muy largo (son varios kilómetros). La longitud total de la pista son 16km y su desnivel 1930m.
Mi segundo objetivo era revisitar la pista del Túnel. Partiendo de la cumbre del Pic Blanc, descendiendo un poco por la derecha, hay una estructura edificada que es la entrada a un túnel que atraviesa la montaña de atrás hacia adelante. Dentro, iluminado por leds, hay un largo pasillo llano de varias decenas de metros, que se recorre con los esquís puestos. La salida es espectacular. Da a una malla de seguridad y a un pequeño y estrecho resalte que hay que remontar para acceder a la pista (está puesto para que la gente no se caiga). Esta es inicialmente muy estrecha, aunque pronto se abre en anchura, y muy-muy pendiente, lo que provoca dos efectos: primero, que mucha gente se quede allí parada pensándoselo…; y segundo, que el inicio de la pista esté deformado, no por baches, sino por verdaderos escalones prácticamente transversales a la línea de máxima pendiente. Solventados los primeros metros, la pendiente, aún muy fuerte, se va suavizando algo y los escalones pasan a ser baches más normales. Todo sigue, más o menos, como lo conocí en aquella mi primera y lejana visita, aunque el túnel en sí me ha parecido más modernizado (y no lo recordaba tan largo). Lo mejor de esta ocasión es que, prácticamente desde arriba, pasados los escalones, me salí de la pista por la derecha al percatarme de la excelente nieve virgen que había, y me pude bajar El Túnel firmando huellas, algo que no puede hacerse todos los días.

Malla a la salida del túnel. Se aprecia bastante bien el desnivel inicial y, por sus posturas, las precauciones de la gente. (Imagen propia).
Me quedaba un tercer objetivo, y este no era repetido en diferido, sino completamente nuevo para mí: localizar el refugio en el que Georges Joubert organizaba las concentraciones veraniegas de entrenamiento de esquí alpino para el Club Universitario de Grenoble, allá por los años cincuenta y sesenta (ver artículo Los tres mosqueteros del esquí francés). Lo llamaban el chalet de La Sarenne, y con él, el gran técnico de esquí fue precursor en la introducción del entrenamiento específico estival en el esquí alpino. A mí me hacía ilusión tratar de localizar el lugar, ver el edificio sobre el que había escrito hacía poco. Así pues, el anteúltimo día de nuestra estancia en Alpe d’Huez, cuando M decidió dar su última bajada del día, comprobando que apenas había cola en el teleférico, regresé al Pic Blanc, que estaba totalmente cubierto y sin apenas visibilidad. Aunque la cabina subió llena de gente, una vez arriba, prácticamente todos desaparecieron. Supongo que algunos refugiándose en la estación superior, otros ocupados con los selfies, alguno pensándose la bajada y otros buscando el cómo llegar a la silla cercana. Yo di con la pista denominada Glaciar, que queda a la izquierda (bajando) de La Sarenne. Tiene un aviso de tres difficile y comienza con lo que aparenta ser un camino sencillo. No se veía prácticamente nada. Cuando el camino desembocaba en una primera pala, me topé con otro camino (no señalizado) ligeramente ascendente, más a la izquierda. Y al seguirlo con la vista ¡zas! allí, medió camuflada entre la niebla, descubrí la cilíndrica estructura en escala de grises. Como hacía muy malo, estaba a más de 3000m de altura y completamente solo, decidí no caminar hasta él porque ello implicaba, además, tener que ascender un trecho considerable. Pero me detuve a hacerle fotos y a fijarme en algunos detalles. Por ejemplo, que ya parece abandonado. Después descendí el resto de la pista del glaciar en solitario y a placer, por una ancha ladera cóncava hasta alcanzar un estrechamiento que debía ser lo que atribuía la mencionada dificultad a la pista. Estaba algo sembrada de baches endurecidos, y allí aparecieron los primeros esquiadores con que me topé, todos ellos empantanados en aquel trecho. Poco más adelante, la pista confluyó en La Sarenne. Para entonces la visibilidad había ido mejorando más y más a medida que había ido perdiendo altura. El resto de la pista me la encontré sin baches y con nieve muy dura, y la bajé de seguido y adelantando gente.

Pupilos de G. Joubert haciendo schuss desde el refugio, probablemente hacia un telebaby desmontable que tenían instalado hacia ese lado. (Imagen: gucski.free.fr).

El mítico refugio a pleno rendimiento. (Imagen: gucski.free.fr).

Aquí lo podemos situar bien gracias al detalle de la estructura de la estación superior del teleférico que corona el Pic Blanc. (Imagen: gucski.free.fr).

Ambiente de camaradería en el interior del refugio. (Imagen: gucski.free.fr).

El refugio actualmente. ¡Conseguí dar con él a pesar de la niebla! (Imagen propia).
Explicado el dominio esquiable de Alpe d’Huez, voy a pasar a enumerar algunas impresiones que me llevé de mi última estancia allí. En términos generales, me pareció que el público mostraba un nivel de esquí medio muy bajo, el peor que me he encontrado en mis últimos viajes. El origen aparente de los esquiadores era muy variado con, quizás, predominio francés y británico, aunque también de otras nacionalidades, incluido un cursillo de niños israelitas (tal y como está la cosa, muestra de un mundo de contrastes según donde le toque a la gente nacer). Eso sí, la gente de bajo nivel, en las pistas azules y verdes, tiende a descender recto, a toda velocidad y en tensas posturas de apariencia inestable, salvo cuando se encuentran con pendientes algo fuertes, baches o estrechamientos, en cuyo caso se quedan casi parados.
Otra cosa que me llamó mucho la atención fue el elevado número de personas que vi esquiar sin casco. Tengo mi personal teoría respecto al prototipo más habitual de esquiador sin casco, no sé si la he expuesto alguna vez, así que, por si acaso, la omito. También me llamó la atención la imagen mostrada por bastantes monitores de la escuela sa. Una imagen que se me antoja inadecuada y poco profesional. Bastantes de ellos (incluyo ellas) sin casco, dejando escaparse sillas vacías por falta de organización de sus pupilos pese a que hubiera cola en el remonte, e incluso vapeando en los ascensos. Todo lo contrario que dos pisteras de la telecabina Marmottes I que, cogiéndoles los esquís a los s, y mediante activas señales e indicaciones, evitaban que se formaran colas innecesarias, sacando el máximo rendimiento al remonte al ocupar todas sus plazas. ¡Chapeau!
Y ya que estamos con remontes, allí abundan los mixtos. Telesillas que, cada X sillas, se alternan con cabinas sueltas. Su sentido tendrá, pero no me parece muy práctico. Lógicamente, para acceder a ellos hay dos colas diferenciadas, una con los esquís puestos y otra con ellos quitados.
Algunos días me pude tomar un vino caliente al dejar de esquiar. Me gusta dicha bebida, tan propia de los inviernos germanos y de los Alpes ses. Hacía tiempo que no lo degustaba.
El aprés-ski en Alpe d’Huez.
En coherencia con su configuración urbanística, la cual, como ya he mencionado, se plantea separando lo que es el esquí de lo que es el ambiente urbano, la estación ofrece muchas alternativas en las que emplear el tiempo cuando no se está esquiando. Es algo que ya experimenté allí décadas atrás y que acabo de ver que sigue vigente y puede que habiendo diversificado sus posibilidades. Su dinamización parece mantener dos estrategias complementarias. Una, la celebración de eventos que atraigan mucha gente en diversas fechas puntuales a lo largo de todo el año. La otra, una oferta de actividades y servicios permanente.
Respecto a la primera, por poner tres ejemplos de gran renombre y popularidad, podríamos citar cada vez que el Tour de Francia celebra un final de etapa en el resort, con todo lo que ello lleva consigo de afluencia, medios de comunicación, etc. Otro, veraniego, la Megavalanche, una carrera de bicicleta de montaña que se suele celebrar la primera semana de junio, desde 1995, y consiste en descenso con salida masiva. Parte de los 3330m del Pic Blanc y finaliza en Allemond, tras 2600m de desnivel negativo. El evento dura cinco días porque incluye variantes para chavales, estilo funky, bicicletas vintage, etc. además de conciertos y otras animaciones. La prueba se ha hecho un nombre popular en el mundo del Mountain Bike, así que el asunto les funciona.
En pleno invierno, y de carácter mucho menos deportivo, está la celebración del Tomorrowland Winter. Es la versión invernal del famoso festival Tomorrowland, ambos, dos de los festivales más caros, demandados y conocidos del circuito internacional de la música electrónica. Es decir, mucho tecno, mucho house, mucho DJ, etc. Pese a lo ecléctico, abierto y diverso que soy en mis gustos musicales, reconozco que con este género no puedo. El evento dura una semana, creo que es muy difícil conseguir entradas y durante el mismo hay multitud de conciertos en diferentes puntos del resort, tanto en el pueblo como en varios espacios habilitados a diferentes altitudes dentro del área esquiable. La casualidad quiso que todo el sarao diera comienzo al día siguiente de nuestra despedida, así que pudimos ver el espectacular montaje de escenarios y el village principal del evento. Abundaban fantásticas estructuras que se elevaban mediante aire comprimido, representando monstruos, cabezas raras gigantescas, dragones, mansiones de aspecto mágico, etc. No soy capaz de imaginar cómo los organizadores pueden llegar a controlar la seguridad alrededor de todo este asunto. Me refiero a la seguridad en pistas y al potencial descenso del puerto en coche, de noche y, ocasionalmente, en condiciones de clima adverso, de todos aquellos que no se alojen arriba. Lo digo porque me consta que la vertiente lisérgica que suele acompañar a este tipo de celebraciones es muy potente… Ya comenté, al mencionar inicialmente a Patricia Kaas, que en Alpe d’Huez, algunas connotaciones musicales nos iban a llamar la atención.
La otra se dio en la iglesia, y pertenece a la segunda estrategia, la de la oferta cultural/dinamizadora permanente. Sea uno creyente o no, la iglesia de Alpe d’Huez merece una visita. Aunque su nombre no es demasiado original (Notre-Dame des Neiges; Nuestra Señora de las Nieves), su presencia arquitectónica sí. Ahora que el cine ha puesto de moda o, al menos le ha dado a conocer a mucha gente, lo que es el estilo brutalista, este templo ofrece una muestra muy singular del mismo. Por fuera consta de una estilizada torre cilíndrica blanca, coronada por una cúpula de cristal. Por delante, un tejado curvo y a dos aguas cubre su entrada y, rodeando el resto de la torre, una cubierta con forma de capas curvas superpuestas y muy pendientes crea un espacio circular más amplio. La iglesia parece mucho más pequeña por fuera de lo que descubriremos dentro. La estética exterior va para gustos. A mí no me desagrada, pero tampoco me entusiasma, aunque reconozco que funciona estéticamente muy bien tanto cuando acumula nieve en su cubierta como cuando no. Pero el verdadero impacto es su interior, el cual califico de fascinante. Una vez superado el vestíbulo, te topas con un gran cilindro vertical de hormigón que se eleva con osadía. Al bordearlo por cualquiera de dos posibles laterales, accedes al templo propiamente dicho, una especie de graderío semicircular con elevación muy poco marcada. Es muy grande, tiene capacidad para 600 sillas. Todo el espacio está rodeado por una pared cilíndrica muy baja que contiene unas vidrieras que dejan pasar la luz iluminando motivos religiosos diseñados con un estilo artístico muy contemporáneo. Pero lo mejor está por ver. Toda la cubierta es como una gigantesca tienda de campaña circular, trazada mediante enromes vigas curvas de madera que van generando cada vez más pendiente, y sobre las que se apoyan otras estructuras auxiliares, todas de madera. El remate brutal está en el centro, el cilindro de hormigón está abierto de cara al aforo, recibe las vigas principales de madera y se eleva verticalmente en busca de la luz que proviene de la cúpula de cristal de la torre. Para colmo, un impresionante órgano con forma de mano preside el altar. Además de todo lo anterior, justo debajo de la zona del altar, hay una pequeña capilla-cripta, a la que también se puede acceder, cuyas paredes y techo están hechas en hormigón. En el caso del techo, con formas curvas decorativas de aspecto igualmente brutal.
La iglesia fue un empeño de un tal padre Jaap Reuten. Su construcción fue finalizada en 1970. Y es obra del arquitecto Jean Marol, aunque tuviera que ser terminada bajo las directrices de su hijo, a causa del fallecimiento del primero.
Y resulta que, además de los cultos religiosos, en el templo se celebran los jueves musicales. Un ambicioso programa de conciertos de música clásica con presencia de diversos intérpretes procedentes de diferentes países. Nosotros asistimos al del jueves que estuvimos allí. Consistió en un surtido de piezas, más bien complejas, interpretadas por oboe y piano. Parte de ellas se intercalaban con el recitado de pasajes de La Bella y la Bestia pero, además, hubo otras desligadas de esa trama. El concierto estuvo complementado por dos piezas que el organista local tocó en el impactante artefacto musical que parece presidir el templo. No fue un concierto maravilloso en su conjunto (no lo fue para mí por el estilo musical de las piezas elegidas, no por falta de nivel de interpretación) pero sí una experiencia más que agradable, con especial hincapié al escuchar tan imponente órgano haciendo sonar a Bach.

Aspecto exterior de la iglesia de Notre-Dame des Neiges. (Imagen propia).

Una de las múltiples vidrieras. Desde luego que había otras de estética mucho más radical y contemporánea, pero he decidido mostrar esta por su fácil comparación retrospectica con multitud de representaciones artísticas del mismo hecho a lo largo de la historia del arte. (Imagen propia).

Espacio central y principal del templo. (Imagen propia).

El peculiar órgano está colocado en el denominado "pozo de la luz". (Imagen propia).

Otro encuadre que capta bien el diseño interior de la nave principal. (Imagen propia).

Todo hormigón en la cripta. (Imagen propia).

Toda una odisea el subir las vigas principales a través de las 21 curvas del puerto de Alpe d'Huez. (Imagen: Jean Le Boucher en FREYSSELINARD, Bénédicte: Alpe d'Huez Notre-Dame des Neiges. Huitième Jour. Paris, 2009).
De las cuatro tardes (la de llegada no dio tiempo más que para cenar) que pasamos en Alpe d’Huez, el concierto de la iglesia ocupó una. Otra la pasamos en la piscina descubierta climatizada. En la estación hay dos piscinas climatizadas, una cubierta, dentro de un espacio expositivo y polideportivo que además cuenta con rocódromo, y otra descubierta. Elegimos esta última por el encanto que supone bañarse al aire libre mientras hace frío y/o nieva. Ya la habíamos disfrutado en nuestro lejano primer viaje allí, y el recuerdo era muy bueno. Sin embargo, en esta ocasión el agua no nos resultó lo suficientemente caliente. Sí lo estaba como para pasar el rato haciendo largos, pero no como para bañarse sin más, parándose a hablar cada poco rato. Así que salimos pronto de allí a tomar una cerveza en un agradable bar de tapas de sushi. Y es que esa piscina está en la calle principal o más comercial del centro de Alpe d’Huez, en su barrio más bonito, animado y cuidado. Tiene muchas tiendas y restaurantes, además de su pista de hielo.
A la pista de patinaje le dedicamos otra tarde, y esa sí que resultó fructífera en entretenimiento y duración. Pasamos allí mucho tiempo recordando habilidades ya anquilosadas, compartiendo pista con algunas familias, otros patinadores modestos y el entrenamiento de los grupos de niñas del patinaje artístico local. Había espacio de sobra para todos y lo pasamos estupendamente. Tuvimos incluso una pausa para descansar mientras arreglaban la pista con una máquina. La verdad es que estaba muy cuidada, quizás por eso nos llevó un buen rato recordar cómo patinar sobre hielo, aunque poco a poco nos fuimos soltando. Empezamos con luz natural y acabamos deslizándonos bajo los focos.
La oferta cultural con la que completamos nuestra estancia fue una visita al museo. Está ubicado en el centro deportivo y de exposiciones. Es modesto, pero resulta interesante. Consta de tres espacios. Uno dedicado a la etnografía local, centrado principalmente en las poblaciones montañeras que en la Edad Media se dedicaban a una minería muy rústica. Otro trata el asunto de La Resistencia (los maquis) sa ante la invasión alemana durante la II Guerra Mundial. Los Alpes ses en general, y esa comarca en particular, fueron territorios en los que dichos movimientos estuvieron especialmente activos, algo que se recuerda y se tiene a gala, lo cual parece bastante lógico si se compara con la actuación gubernamental y militar sa en general durante aquel conflicto… Pero lo que más espacio ocupa en el museo es el dedicado a la evolución de la propia estación de Alpe d’Huez, desde sus inicios hasta su actualidad, con información ordenada por materias como remontes, carretera, eventos, arquitectura, personajes, competición, etc. El conjunto incluye maquetas y objetos, pero, principalmente, material fotográfico e infografías. Salimos satisfechos de allí y aprendimos bastante. Personalmente soy de los que opinan que está muy bien que las estaciones de cierto empaque cuiden los detalles que puedan estar relacionados con su identidad, historia, etc. Sea mayor o menor, ello les supone algún tipo de valor añadido.

Por lo visto, aun quedan reminiscencias ideológicas en la zona. Detalle en el interior de una cabina. (Imagen propia).

Lo que, desde luego, sí vimos fueron bastantes grupos de militares pues su cuartel de montaña estaba pegado a nuestro alojamiento. A diario salían a esquiar alpino o travesía por el dominio. (Imagen propia).
Nuestra estancia en Alpe d’Huez resultó más que satisfactoria y cubrió sobradamente todos los objetivos o intenciones que nos habíamos planteado previamente. Lo pasamos muy bien y esquiamos a gusto. M se reencontró con el esquí y sin percances. Y además las vacaciones se vieron muy enriquecidas con nuestros planes aprés-ski. En cuanto a mi valoración general del resort, he de decir que, treinta y cuatro años más tarde, se me ha hecho un poco pequeño. Acostumbrado como estoy últimamente a grandes dominios esquiables, este, a nivel de Alpes, creo que debería calificarse como de tamaño mediano. Considero además que debería invertir algo en renovación de remontes y plantearse un impulso para mejor aprovechamiento del Pic Blanc, cuyo actual se queda bastante justo. No diría esto si no me hubiera percatado, por la publicidad de las revistas locales y por la proliferación de ofertas en varias agencias inmobiliarias también locales, de que su urbanismo sigue en plena expansión, con precios elevados y bastante oferta de nueva construcción o en proyecto. De ello deduzco que hay firme intención de mantener un crecimiento habitacional sostenido, pero claro, si la velocidad de aumento de la capacidad hostelera supera a la de movilidad de la gente en los remontes, las colas aumentarán por desequilibrio. Y si, incluso modernizando los remontes, no se amplía el dominio esquiable, aunque se pudieran mantener las colas a raya, la densidad de esquiadores en las pistas sería excesiva. Nosotros no sufrimos tal desequilibrio salvo en alguna cola puntual y, especialmente, en un ascenso al Pic Blanc, pero en algunas pistas había demasiada gente. Por otro lado, nuestra semana era algo peculiar, probablemente de menor afluencia, pues estaba colocada en el hueco existente entre las previas de vacaciones escolares sas y la inminente dedicada al Tomorrowland Winter. Así que creo que elegimos bien. Como despedida, tras toda una mañana esquiando, descendimos las 21 curvas del puerto en coche dejando una activa nevada detrás. Mi personal círculo con Alpe d’Huez quedaba cerrado.

34 años después, disfrutando otra vez de Alpe d´Huez. (Imagen propia).
