Ahí estaba... arriba del todo en la caseta de salida ese frío día de diciembre. Era el dorsal veinticuatro para ese primer descenso de copa del mundo de la nueva temporada. Quedaban solo dos corredores por delante suyo.
Quiso apartar de su mente los nueve meses anteriores a ese preciso momento, pero le fue imposible,
Se acordó perfectamente del ruido que hizo su rodilla en medio de esa curva a la derecha antes del salto, sin siquiera haberse caído. Su cruzado cedió a la fortísima presión en curva de esos misiles de ciento ochenta y siete centímetros. La fijación no saltó pues no hubo ni siquiera caída. Esa llegó después, con la rodilla hecha polvo.
Recordó la bajada en camilla, el dolor, los lloros... la desesperación... estaba progresando súper bien, la temporada en su zenit y para él un abrupto parón... en el viaje al hospital le acompaño Robert, el segundo entrenador. Lloró mucho. se perdía mucho, muchísimo, lo que con tanto tiempo y esfuerzo le había costado conseguir....
En la habitación del hospital Robert le dijo antes despedirse
- Tranquilo Pepe, te esperaremos. Recupérate y ponte fuerte...
A partir de ese momento todo se volvió diferente. Médicos, hospital, operación y recuperación, sobre todo eso, recuperación. Lenta, dolorosa, tediosa, horrible y cabrona. Sabía por otros que la recuperación era lo peor, pues no solo el dolor estaba presente, si no todas las dudas del mundo. Era demasiado joven para retirarse, era demasiado viejo para perder siete meses brutales de recuperación sin saber si podría volver al equipo.
La operación fué muy bien según todo el equipo médico y las enfermeras. Empezó la recuperación activa enseguida. Le hicieron levantarse de la cama y caminar con muletas apoyando el pie. No se lo podía creer... pensaba que moriría del dolor, pero estaba bien dopado.
Tocó fondo el día que al ir a apoyar el pie, lo retiró por miedo a la pisada y se dió un ostión tremendo ahí mismo en la sala de rehabilitación del hospital.
Con mucho cariño y paciencia el equipo de rehabilitación fue muy paciente y cariñoso y a pesar de pasarlo mal de verdad, poco a poco fue mejorando y sobre todo mejorando en la cabeza, lo que le permitió ser fuerte para afrontar las largas sesiones de recuperación, por que detrás de eso, si no triunfaba en esta etapa, solo quedaba el abismo.
Con el paso de las semanas volvió a ponerse como un toro y le comían las ganas de ponerse los esquís. Ahora era el médico quien le pedía un poco de paciencia, pero Pepe no pensaba mas que en volver. Se sentía como nunca, como si no hubiera pasado nada.
Estaba preparado... como en un sueño oyó el pitido atención y los tres siguientes, pip, pip, pip y en el pitido final estaba ya en el aire impulsándose salvajemente para cruzar el portillón y entrar en la primera puerta de ese precioso primer descenso de la temporada.
Su bajada fue perfecta. Solo cruzar la meta miró al marcador electrónico y vio su número ahí, en segundo lugar... no se lo podía creer... volvió a mirar y rompió a llorar a la vez que se agachaba en la nieve.
Pepe era el esquiador más feliz del mundo.
Dedicado a tod@s aquell@s esquiador@s que pasan por esos malos momentos...
FrikiNota: Me voy de vacaciones literarias hasta septiembre, para volver con fuerzas renovadas y mejores historias a ser posible.